diciembre 2, 2024
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Una mirada externa, siempre revela cosas que desde los ojos propios se ignora. Llevados por los clichés, se suele creer que una ciudad es aquello que los eslóganes nos dicen, cuando, ciertamente, un territorio es algo mucho más complejo y diverso en subjetividades. Por ello, quisimos contar la historia de personas que llegaron a nuestra provincia desde otras latitudes, y descubrir aquellas particularidades que las motivaron a venir y, posteriormente, quedarse de manera permanente.

NO IMPORTA CUÁN COMPLICADO SE PONGA TODO, SIEMPRE ES HOY

 

Durante los primeros meses de este año, Jenny Quiñonez, Esilda Chalares Pineda, su madre; y, Luzetty Quiñonez, su hermana, a pretexto del naufragio que dejaba la pandemia de la covid-19 y el caos y la convulsión que representaba vivir en Guayaquil, ciudad donde residían desde hace 21 años, quisieron darle a su vida un cambio radical. Fue así que se pusieron a la búsqueda de un nuevo destino que albergara sus vidas y, sobre todo, les diera la oportunidad de recuperar las libertades que, durante más de un año, habían sido afectadas producto de las estrictas medidas de confinamiento que reinaban en las macro ciudades del Ecuador. De esta manera, luego de investigar por internet sobre urbes donde dichas medidas fueran menos radicales, se toparon con la ciudad de Macas. Y, luego de realizar un breve sondeo de la capital de Morona Santiago, no dudaron en decidir que representaba el mejor destino para sus aspiraciones.

 

Así fue que, al medio día de una tarde del mes de abril, luego de más de quince horas de viaje, fruto de la situación vial que atravesaba la ciudad después de la caída del puente sobre el río Upano, arribaron por primera vez a Macas. Las tres mujeres, solas, acompañadas únicamente de sus tres gatos: Fryda, Seitan Mirindo y Okuro, y sin conocer a nadie, iniciaron la aventura de comenzar de nuevo, en mitad de la que ha sido, la versión del fin del mundo más verosímil que hemos conocido.

 

En un primer momento, dada la situación, no fue fácil encontrar un lugar permanente para vivir. Habían pasado 10 días desde que llegaron, y los gastos de alojamiento en el hotel donde se hospedaban comenzaba a reducir su presupuesto. Sin embargo, cuando este primer obstáculo comenzaba a ennegrecer su horizonte, en la entrada del inmueble, una voz, con cierto tono protector y cercano, le dijo a Jenny: “Vecina, tengo el departamento que ustedes necesitan”. “El primer ángel” (Roberto), como ella lo llama, parecía ser el mensajero que traía en su amplia sonrisa, el augurio de que las cosas iban a estar bien.

 

Dueña de un carisma que alegra el día a cualquier gris interlocutor, Jenny, que cumplirá próximamente 30 años, en cuanto terminaron de mudarse a lo que sería hasta el día de hoy su hogar, encontró su primer trabajo, en uno de los restaurantes nocturnos más conocidos de la ciudad. “Si algo me ha sorprendido desde que resido aquí, es la generosidad de sus habitantes”, destaca Jenny. Quien, aún se le hace imposible creer que, a pocas semanas de instalarse, una buena samaritana le ofreció a su madre trabajo y un piso de su casa, para que residan allí gratuitamente. Oferta que no pudo cristalizarse, por el problema que representaba para la mayor de las hermanas venir a su trabajo, ante de la debacle del paso Macas- Sevilla.

 

“La tranquilidad de caminar a cualquier hora por las calles, el paisaje que nos rodea, los gastos significativamente menores a los de las ciudades grandes, hacen que me entusiasme cada día de vivir acá. La verdad, he encontrado un nuevo hogar, y estoy feliz por ello”. Nos dice Jenny, y es cierto, pues las cosas han ido saliendo como lo habían planeado: su madre, en casa, descansando; ella, el bastión del hogar, con un mejor trabajo, ahora administrando un importante restaurante de la ciudad; y, Luzetty, su hermana menor, quien pudo homologar las materias de su carrera en la ESPOCH y continuar sus estudios, gracias a los servicios universitarios que ofrece Macas.

 

La recientemente graduada en comunicación social, no lo oculta, extraña la comida de su Esmeraldas natal y del Puerto Principal. Cuando acá le pusieron en la mesa el primer cuy de su vida, no lo pudo comer: “se parece a mi gato”, dijo. Sin embargo, luego de ese desencuentro con la gastronomía serrana, que se posa también en nuestras mesas, toma contenta nuestros tubérculos, carnes, hierbas y bebidas (mágicas y no). Y, apenas termina de contar su historia, la sonrisa de Jenny explota y nos contagia de esa alegría, tan inocente y verdadera, que nos hace falta a la mayoría y que nos haría mirar el mundo, diferente.

DE LA PATAGONIA AL CALOR AMAZÓNICO

 

Cambiar de país e iniciar desde cero, siempre representará un desafío para cualquier persona. Sin embargo, para Anne Vanlerberghe Molinet, toda su vida ha sido una transformación constante, por lo que terminar e iniciar ciclos, son situaciones que las lleva bastante bien.

Así fue que, en 2007, después de un año de idas y regresos de su natal Chile, decidió establecerse en Santiago de Méndez; ciudad que la acogió como una hija más, y cuna de su compañero, a quien conoció en la Universidad Austral de Chile, en Valdivia, donde realizaban sus estudios.

El humor de los ecuatorianos y ya no tener que usar varias prendas para protegerse del frío patagónico, son particularidades que para ella son muy representativas y que le han permitido conectar más fácilmente con nuestra sociedad. “Me encanta el estilo de vida que uno lleva. Por ejemplo, no pasas horas atorado en el tránsito vehicular ni haciendo filas para obtener algún servicio; o sea no pierdes tiempo en cosas tóxicas, lo que significa mayor tiempo para vivir a plenitud, desde la individualidad y con los seres queridos.” Subraya, Anne, mientras suelta una bocanada de humo de su pucho (como llama ella al cigarrillo) favorito.

Emprendedora natural e incansable líder ‒según destaca una de las chicas de su equipo de Avon, empresa para cual trabaja desde hace 8 años como gerente de zona de Morona Santiago y Pastaza‒, nunca le ha faltado en nuestro país, oportunidades y trabajo, que han ido desde la docencia, la ganadería, el mundo inmobiliario y el servicio público. “Mi tiempo en la unidad de turismo del Municipio de Méndez, ha sido uno de mis empleos que más he disfrutado por la posibilidad de dejar un legado a una ciudad. El acondicionamiento de los atractivos del proyecto Sendero Eco-Turístico Padre Albino del Curto, que tuve la suerte planificar y ejecutar, es un recurso turístico que servirá a la ciudad por generaciones, lo que da a estas acciones un valor subjetivo, que lleva el escenario físico, a lo simbólico.” Señala, la protagonista.

Ubicado a 3050 m.s.n.m., este sendero inicia en el cantón Sevilla de Oro y termina en la parroquia Copal, perteneciente al cantón Santiago. Con una extensión de 61 km. de longitud, este camino lleva ese nombre, en memoria del homónimo sacerdote salesiano, que hace más de 100 años, emprendió la aventura de conectar la Sierra con la Amazonía, a través de un camino de herradura. Por ello, y por el alto valor religioso y patrimonial de este trayecto, todos los años, en el mes de noviembre, se realiza una caminata de 3 días, donde se practica la devoción hacia a la Virgen de Lourdes, y que atrae no solo a fieles, sino también, a apasionados por la aventura y la naturaleza.

“Desde mi actual trabajo, tengo la posibilidad de contribuir para que la vida de otras mujeres cambie y/o mejore, y no solamente en el tema económico, no. Muchas de mis chicas vienen de esferas problemáticas, y el solo hecho de generar en ellas la necesidad de salir de sus casas, con la excusa vender, permite que ellas puedan encontrase con otras personas y generar así, otros vínculos (y qué mejor fuera del hogar), que, como sabemos, nos permite empaparnos de nuevas ideas e intereses, que nos motivan a realizarnos como cualquier persona.” Nos comparte, Anne, con cierta alegría y orgullo, que se evidencia en su generosa sonrisa.

Venida de una ciudad en constante protesta, las culturas urbanas y la música son protagonistas en la vida de Concepción, al punto de ser cuna de las bandas más importantes de Chile, como Los Tres, Los Bunkers, entre otras. Hoy tiene 45 años, pero la retórica contestataria de sus años más jóvenes se mantiene intacta. Y, aunque ya no tiene cerca a sus queridos Prisioneros, la música de Ayawaska, la agrupación más representativa que ha tenido la Amazonía, la engancha y recarga sus días.

Pero, en medio de la alegría y el éxito, también han existido malos momentos, frustración y tristeza. Perder a un hijo, luego de seguir largos tratamientos para concebirlo, fue un revés que a Anne le costó muchísimo superar. Y, aunque han pasado los años, cuando habla de Joaquín, y, pese a que nunca pudo tenerlo en sus manos y mirarlo a los ojos, se siente intacto fluir su amor maternal: sentimiento que, ante la ausencia del ser querido, lo guarda, perenne, en la ilusión perdida, hallada hoy en su memoria.

Sin embargo, poco tiempo después, llegaría Isabel, a quien, curiosamente, luego de exactos 9 meses de gestión y trámites, pudieron adoptar y completar así, su familia. “Macas, y Morona Santiago en general, es un lugar perfecto para criar niños: aún existe mucha tranquilidad y con ella, ciertas libertades; además, el contacto con los elementos de la naturaleza, de pronto permite a los niños desarrollar otras sensibilidades, tan necesarias ahora en tiempos de inmediatez”, destaca.

El río Chiguaza fue su respiro en los peores momentos de la pandemia, pues, al estar cerca de su casa, podía pasarse por alto el toque de queda y disfrutar así, de esas cosas simples que la hacen feliz. Como los chocolates Selva de Oro, elaborados en Méndez; y el café artesanal que producen los distintos agricultores locales. Cree más en los oficios que en las carreras universitarias, pues para ella son los que generan mayores excedentes económicos.

Anne viene de la orilla de las costas chilenas, por lo que su alimentación estaba basada mayoritariamente en productos del mar: mariscos y pescados; hoy esa dieta es imposible de llevar, por las costumbres gastronómicas que se imponen, aun así, esa nostalgia del paladar, cada que puede, la apalea con el caldo bagre que se hace en San José de Morona, “un platillo que, por la cercanía con el Puerto, goza de un sabor y frescura incomparable”, nos recomienda.

Con la mano firme en su taza de café y, como mirando hacia el interior de su pasado, la siempre positiva, de ascendencia belga, Anne, deja en evidencia que, al venir de una ciudad grande y al borde de estallar, anheló siempre vivir algún momento en el campo. Si bien no pudo estar en la Patagonia criando corderos, como estaba planeado, es feliz viviendo en las afueras de Macas, rodeada de la inmensidad inagotable de la Amazonía, criando sus 5 perros, y despertando cada mañana con la compañía de la imponente silueta del gran volcán Sangay, que observa desde la vista privilegiada que ofrece su balcón.

Por: Alexander Ávila Álvarez

Exprésate Morona Santiago